Una escena replicada durante todo el concierto y que encarna el estatus asestado por los californianos: se trata de un grupo de ambición transversal que monta uno de los espectáculos más completos del circuito, basado en la continua interacción con el público, el generoso despliegue de pirotecnia, el amplio recorrido por su discografía, las postales dignas de un sketch humorístico teatral –como si la llegada del musical American Idiot a Broadway los hubiera dotado de un repentino interés por la actuación-y, por sobre todo, el vértigo apabullante del cantante Billie Joe Armstrong, un músico que hoy se empina por los 38 años, pero cuya semblanza y energía parece congelada en los 90. Un tobogán permanente.
Así lo demostraron en una de las fechas más intensas de su actual gira sudamericana, este viernes 15 ante 14 mil personas que repletaron el HSBC Arena de Rio de Janeiro. Se trata del mismo recorrido que llegará a Chile este domingo 24 en el estadio Bicentenario de La Florida y como parte del tradicional ciclo Cristal en vivo, el que también tiene a eventos como el show chileno-argentino El abrazo, que se hará este 11 de diciembre en el Parque O'Higgins.
Cifras: el show se extiende por 2 horas con 50 minutos y totaliza 32 temas. Para Green Day, lo bueno nunca viene en frasco pequeño. Más: en Hitchin’ a ride, el trío sube a ocho seguidores al escenario y los deja casi en libertad de acción. El ejercicio también asoma en Are we the waiting, cuando el vocalista se funde en un apasionado beso con una fan de las primeras filas; y en la clásica Longview, donde deja cantar casi toda su letra a un devoto de contextura robusta, a quien termina regalándole su guitarra. El conjunto parece montar en un escenario real la interacción virtual del videojuego Rock band, el mismo donde aparecieron este año. En Chile se espera que la dinámica sea similar, ya que el show tendrá una pasarela.
Más allá del carisma a prueba de bostezos, el trío –secundado por otros tres músicos- ejecuta con precisión de cirujano cada uno de sus clásicos, desde las tempranas When I come around y Basket case, hasta una extendida American Idiot. El pulso en el bajo de Mike Dirnt y la batería machacante de Tré Cool siguen timbrando su marca. Pero las miradas siempre se rinden ante Armstrong: su garganta parece despedazarse en Jesus of Suburbia -o en el tándem de covers de AC/DC y Led Zeppelin-, así como también asoma cálido en el cierre acústico con Good riddance (Time of your life). Toma una pistola que dispara poleras hacia el público y luego regala parte de su pálida anatomía al bajarse los pantalones hasta cerca de la rodilla y apuntar de espalda a la audiencia.
Su fórmula tiene una sola meta que el cantante encarna a la perfección cuando se sitúa al borde del escenario y abre los brazos a la usanza de un semidiós: la de conquistar el planeta a través del rock para grandes estadios y convertirse en lo más cercano a U2 de su generación. Por ambición, himnos épicos para el coro masivo y momentos de química absoluta con el respetable, Green Day parece rasguñar de cerca el objetivo.

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